jueves, 7 de marzo de 2013


De Walter Benjamin a One Direction


Si a alguien debe idolatrar todo crítico cultural es a Walter Benjamin (1892-1940), un intelectual de mente ágil y hambrienta que podía rastrear los profundos cambios de la sociedad moderna lo mismo en el cine como en el arte, la literatura, la política y en los cómics del Pato Donald.
En sus ensayos reunidos (editados, por cierto, por Abada) encontré el texto “El narrador”.
En “El narrador”, Benjamin trata de rastrear un fenómeno del que se dio cuenta en una reunión: la pérdida de la habilidad para narrar. Dice Benjamin que si alguien, en medio de una fiesta, solicita que le cuenten una historia lo único que recibirá serán miradas incómodas y silencio.
En la edad moderna, un era que fascinaba y horrorizaba a Benjamin a partes iguales, la narración, un hecho social, ha sido sustituida por la literatura, un hecho individual. Narrar significa contar historias sencillas, memorables y significativas que suelen transmitir una enseñanza. Así son las leyendas folklóricas, los mitos fundacionales, las epopeyas, el relato religioso, el cuento de hadas e, inclusive, el chisme.
En la edad moderna, el relato ha perdido su naturaleza artesanal, de historia platicada o cantada (piénsese en los poemas épicos como La Iliada o el Mío Cid), para transformarse en algo muy técnico y muy sofisticado: la literatura o el cine. Éstos no son sólo cambios técnicos, sino que para Benjamin son transformaciones de fondo: la comunidad que abandona la narración oral pierde la capacidad de transmitir experiencias. Pierde, de algún modo, la mística compartida que la hace comunidad.
Pero eso no es todo. La imagen más poderosa con la que Benjamin ilustra “El narrador” es la mudez del soldado cuando vuelve de la guerra. A partir del siglo XIX, los testimonios bélicos llegaron mejor a través de los diarios que por boca de los hombres en el campo de batalla. El estrés postraumático se manifiesta en silencio. La guerra se transforma no ya en una vivencia narrativa (como épica, como leyenda o como anécdota), sino en mera nota periodística que se consume, se digiere y se olvida.
Ha de pasar un tiempo razonable para que dicha vivencia logre transformarse en literatura, si no ya en narración oral. “Las grandes novelas de guerra las escriben los nietos de los soldados”, ha dicho el escritor español Javier Cercas, autor de la exitosa novela de la Guerra Civil española Soldados de Salamina. Puede que tenga razón Guerra y paz, la novela bélica por excelencia, fue escrita por Tolstoi a partir de los recuentos de la guerra napoleónica vivida por la generación de sus padres. Se necesita romper el silencio de al menos una generación para asimilar racionalmente el horror bélico y narrarlo.
(Hay, por supuesto, varios contraejemplos a lo dicho por Cercas. La novela de la Revolución mexicana fue escrita por la generación que la vivió; Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer, publicada apenas unos años después de que el autor regresará de la Segunda Guerra Mundial; la literatura testimonial del Holocausto con Si esto es un hombre de Primo Levi como ejemplo paradigmático).
No es que Benjamin sea un sentimental. No hay en su argumentación razones nacionales ni nostálgicas. A lo que apunta es a algo más interesante, inclusive ominoso: hemos perdido el sentido heroico de la vivencia. Nuestra existencia se ha vuelto innombrable y, por lo tanto, hemos dejado de ser personajes del continuo narrativo tan intrínseco a la condición humana.
Suena terrible, ¿no? Cuando acabé de leer, tuve una tremenda sensación de pérdida: ¿será que Benjamin tiene razón? ¿Ya no tenemos relatos comunes? Qué angustia.
Cavilaba sombríamente cuando me puse a hablar con una adolescente fanática de los One Direction, la flama juvenil del momento. Me hablaba con gran emoción del próximo concierto del grupo en el DF. Y me dijo algo que me sacó de mi angustia: los conciertos de los One Direction son sucesos de proporciones épicas para estas niñas, que son compartidos en línea con millones de seguidoras como ellas en todo el mundo. Son la nación directioner.
Estos fanatismos (o fandoms) nuevos a los que pertenecen los niños y adolescentes nacidos a finales de los 90 y a principios de la década pasada no son nacionales: son locales en todo el mundo. Internet sirve para convertirlos en comunidad y comparten relatos comunes (como por ejemplo, la relación gay entre Harry y Louis, dos de los miembros) que excitan su imaginación. Aunque estos fandoms sean efímeros (no porque los fenómenos pop duren poco, sino porque la adolescencia dura poco) significan, quiero creer, un resurgimiento de la narración de la que habla Walter Benjamin.

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